miércoles, 5 de noviembre de 2008

Un par de lo mismo

Ya no caminaban de la mano, ni siquiera lado con lado. El unos metros adelante de ella dibujaban una silueta de dos cabezas, como si fueran una misma sombra. Unidos por el hilo invisible que deja toda una vida de caminar juntos, de padecerla juntos, de gozarla juntos. Ambos con la espalda encorvada, como si hubieran cargado el mismo peso exacto durante el mismo tiempo exacto. La jornada debia comenzar muy temprano, antes que instalaran las calles supongo, tomar algo para el dolor del estomago vacio y salir al frio a tiritar... nomas pa sentirse vivos. Recoger las mazorcas de la pequeña milpa y luego caminar diez tal vez veinte kilometros al mercado mas cercano para tratar de venderlos. Pero nunca se vendian. -Demasiado secos viejo- chillaba el despotenciado comprador. El problema no era ese, el problema era la falta de dinero que impedia comprar lo necesario para usarlos en su beneficio. -Yo no se para que seguimos vivos, viejo- decia ella, -demasiado sufrimiento- No reniegues vieja, dios nos ha dado mucho, decia el. Pero no lo creia, se acurrucuba a su lado hasta que la noche llegara y asi poder dormitar lo suficiente para tener fuerzas el dia siguiente. Hasta que llego el dia que el sol no aparecio, ni la mirada de ella, ni su voz. El estuvo llamandole hasta que se hubo agotado toda su esperanza. Movio su cuerpo, una y dos veces, mil mas si hubieran sido necesarias. Pero la muerte lo arrolla todo como un pesado misil que se abre paso en la neblina del cielo para caer justo en el centro de la vida, del ruido. La muerte siempre se anuncia con pesadas voces de silencio, con esa calma insoportable que cala hasta los huesos. El intento volver a la rutina el dia siguiente, pero no podia hacer cesar las lagrimas de sus ojos, ni siquiera recordaba cuando fue la ultima vez que lloro, tal vez cuando los hijos se marcharon, mas tampoco recordaba si alguna vez hubo hijos. En su mente ella todo lo abarcaba, todo lo cubria. Podia recordar perfectamente como se mecia su cabello negro cenizo cuando lo amarraba y la dulce fortaleza de sus muslos, incluso cada una de las manchas de sus pies en aquellos años color sepia, con el tiempo, las memorias tambien se decoloran igual que las fotografias pero sin acabarse nunca del todo. No podia recordar cuando fue la ultima vez que estuvo sin ella. No podia parar de llorar, de musitar, de lamentarse por vez primera de la maldita suerte, del maldito frio... de la maldita soledad.

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