Hay un instante entre el ocaso y la noche donde la oscuridad no gobierna mi mente. Donde todo parece mas sencillo y ligero. Donde puedo cargar conmigo sin pesadez ni tristeza. Pero a menudo, pasa demasiado rapido y mis sentidos no alcanzan a percibirlo. Luego viene el infierno, y ninguna estrella puede apagarlo, miro mis manos temblorosas y percibo mi cuerpo entre esas sombras. Se que estoy ahi, se que existo... se que respiro. Pero me avergüenzo de estar vivo y pudiera besar mis venas con la punta del desengaño, cortar este esqueleto podrido en pedazos para no sentir mas. Y luego escribo, somnoliento y mal oliente, escribo. Me gano el derecho a la muerte a fuerza de lo que escribo. Existo para escribir, intento recordar para escribir. Respiro letras, aspiro versos, imagino enunciados y duermo entre las lineas de un cuento inacabado. Sigo existiendo en ese mundo onirico y algunas veces todo parece ir mejor, atraviezo una ventana que conecta dimensiones y me encuentro postrado en el abandono, soñando la muerte, huyendo de la vida. Y la miro a ella, y lo miro a el, todos siguen ahi, intentan acercarse a mi lecho putrefacto y aliviar mis heridas. Ella habla, todos hablan, como una melodia de confort van pasando las palabras a traves de mis oidos. Se conjugan y entrelazan en mi mente... sigo dormido, pero los escucho, los percibo, se del amor que algunos me brindan, se del calor que ella me regala, se del odio que todos me profesan. Mas las palabras siguen amontonandose en mis pensamientos, y cortan mi cabeza los versos que lanza mi alma como misiles, y quisiera invitarla a mi locura, regalarsela, porque la locura cuando no es compartida, sabe a enfermedad. Pero desaparece, se hace sombra, huele a humo, se transforma en olvido. Despierto desnudo y sobrio con la misma vergüenza por existir, con los mismos miedos y letras y palabras atiborrados en mi mente, en mi cerebro de hojas grises. Y escribo con el sol sobre mi rostro, e impirmo versos en mis manos, y sigue temblando mi cuerpo. Aunque luego descubro que mis letras, las libres, las que deje salir, son un espanto de mediocridad, y me avergüenzo de lo que escribi, de lo que soñe... pero ella sigue ahi, en su mano carga una navaja y me invita a vivir la locura entre mis venas y su cuerpo.