domingo, 15 de diciembre de 2013

Fuentes

Era el punto com de una pagina ilegible, un coma en el lugar incorrecto, tres puntos suspensivos sin futuro...

Padecía de un trastorno bicolor: negro y renegrido. Así miraba el futuro, pasado y presente. Su vida era como irse a la ducha con traje de neopreno.

Con el olvido se entendía. Era la memoria persistente, la que machaca y ataca y machaca y ataca; la intolerable, la indómita. La puta horma de los zapatos desvencijados.

Por las noches hilaba historias, reproducciones de su mente que venían de ninguna parte e iban a ningún lugar. Una acción, una palabra, un roce discreto en el comedor. Cualquier cosa desencadenaba una cascada de imagenes a veces aterradoras, otras inquietantes, siempre incomprensibles, que terminaban mal. Cualquier idea por vanal que fuese terminaba en una tragedia de proporciones melodramáticas.

Era añejo en el arte de corromperse, su sangre de vinagre le agrietaba las venas con el paso del polvo... Era pues, un mueble viejo de la casa abandonada en el desierto de lo olvidado.

Hasta que un día miro por la ventana.

Se escapo, trepanando el suelo, haciendo mella en un charco grosero que no ablando su vientre. Quiso hacerle un agujero al mundo, herirlo de muerte, profanarlo de cuerpo entero, pero se se abrió la cabeza como una papaya eviscerada. A esa rutina no le hizo mala cara, esa imagen no tuvo tiempo de distorsionarla. La muerte es un futuro que no podemos deformar, y lo entendió y lo acepto, una milésima de segundo antes de ponerse siquiera a cuestionarlo.

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