domingo, 12 de junio de 2011

La desgracia

Entendamos las cosas en su justa medida y mi poesía en su injusta asimetría. Así escribo cuando no me entiendo, algo chueco, que quieres que te diga si nací torcido.

Desde que ya no sueño, me va mejor con las pesadillas. Ando relegando deberes al ocio y entre la soledad y yo declaramos un empate; yo me quedo con mi nombre, ella se queda con mi apodo: apolillado. Creo que hice un buen trato, mi madre me bautizo demente.

Estoy envejeciendo, lo reconozco y no me altera. Peor seria rejuvenecer y encontrarme en la pubertad de nuevo con estas neuronas alteradas y estas mañas adoptadas, y estas neurosis perpetradas y estas franquicias de sed perpetuadas.

Lo que me mata señor juez, no es la tentación ignorada, ni la ignominia de los funcionarios, ni la pobreza de mi tierra, ni la riqueza de mi hambre, ni la fortuna vendida a los afortunados, ni la maldad envilecida y engrandecida, ni la naturaleza compungida, ni la decadencia evidenciada, ni la indiferencia tatuada, ni que los gringos nos ganen en penales, ni siquiera el que no aprendo a escribir después de tantos años.

No me apura el ser o no ser, si puedo ser un cerdo. Primero escupo, luego existes. Yo solo se que no he cenado... y etcétera.

Lo que me mata es ver mi cholla abandonada, de a poquito a poco por estos cabellos cobardes, desertores y engreídos que no aguantan el paso del maldito rocanrol de la vida, estas enruqueciendo me dice el tipejo del espejo y si le parto la cara mis manos ya no aguantan más maltratos. Mi estomago ya no resiste tanta cerveza, mi corazón no quiere otro naufragio e incluso, mire usted donde estiba la jodida desgracia de sansón, soy capaz de rechazar un polvo gratis.

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