domingo, 15 de febrero de 2015

Cómo hacer café

En 5 pasos. Que no es lo mismo que cinco minutos.
-No sabe igual una olla a fuego lento que meter el puto vaso en el microondas.
-Cafeína más, cafeína menos, todos los solubles son una mierda.
-El azúcar no es la respuesta a todo. Y Celia Cruz lo sabe.
-Suplir la leche con polvo solo engaña tus ojos hasta que metes la lengua.
-Prefiero una taza al vaso de litro que usaba antes.
Enumero esto en una servilleta mientras termino mi galleta, y trato una vez más de escudriñar el laberinto de Saramago en ese jodido libro que no logro terminar (las intermitencias de la muerte). Las intermitentes, si es que existen, son mis neuronas. Cuando el café se termina y sus posos no dicen mi futuro, solo apenas caigo en cuenta de lo solitaria que es mi vida. Aun no decido si eso esta jodido o es mi buena suerte.
PS. Mi café era soluble... También

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entraron en el dormitorio, se desnudaron, y lo que estaba escrito que sucedería sucedió por fin, y otra vez, y otra aún. Él se durmió,<< ella no>>. Entonces ella, la muerte, se levantó, abrió el bolso que había dejado en la sala y sacó la carta color violeta. Miró alrededor como si buscara un lugar donde poder dejarla, sobre el piano, sujeta entre las cuerdas del violonchelo o quizás en el propio dormitorio, debajo de la almohada en que la cabeza del hombre descansaba. No lo hizo. Fue a la cocina, encendió una cerilla, una humilde cerilla, ella que podría deshacer el papel con una mirada, reducirlo a un impalpable polvo, ella que podría pegarle fuego sólo con el contacto de los dedos, y era una simple cerilla, una cerilla común, la cerilla de todos los días, la que hacía arder la carta de la muerte, esa que sólo la muerte podía destruir. No quedaron cenizas. La muerte volvió a la cama, se abrazó al hombre, y, sin comprender lo que le estaba sucediendo, <>.

Al día siguiente no murió nadie.

Atte.
Cisne Negro